martes, 15 de febrero de 2011

La propiedad intelectual y la sociedad del control

Últimamente parece que escuchamos más que de costumbre ese concepto, propiedad intelectual, sagrada y absolutamente necesaria para unos; abstracta, confusa y contradictoria para otros.

¿Pero qué es la propiedad intelectual? ¿quiénes la tienen? y sobre todo, ¿quiénes la defienden?

Se supone que cuando un creador crea una obra, éste posee todos los derechos sobre esa obra, y al registrar la propiedad de la misma con una determinada licencia, entonces ese creador tiene la propiedad intelectual de la obra creada.
En este caso el creador de la obra es el único con absoluta potestad para decidir qué se puede hacer y qué no se puede hacer con su obra.

Así aparecieron las agencias de protección de la propiedad intelectual, que vieron la luz con el supuesto propósito de hacer respetar la licencia de las obras registradas.
En España, la conocida agencia de protección de estos derechos es la Sociedad General de Autores y Editores, comúnmente conocida como SGAE.

Esta sociedad se convirtió en la institución principal a la cual todos los artistas, autores y editores en España tenían que asociarse para proteger sus obras contra el uso fraudulento de las mismas. A cambio esta sociedad recaudaba a los creadores (y a los consumidores) un impuesto por la protección de su obra. Y de este modo, la cultura pasó a convertirse en un negocio.

Pero con el avance de las tecnologías digitales y el boom de Internet parece que el jugoso negocio en el que se había convertido la propiedad intelectual empezaba a hacer aguas, ya que los consumidores comenzaron a disfrutar de obras registradas sin el previo pago de las mismas.
Ante esta situación, los amables chicos de la SGAE endurecieron su método para dedicarse a recorrer cualquier lugar donde quiera que haya un evento para tomar nota de las obras que se utilicen en él con el fin de exigir al organizador de dicho evento una cuantía económica en concepto de derechos de autor.
Pero la seriedad y las formas correctas son algo que se deja a un lado cuando de dinero se trata, y ante la influencia y el poder que han conseguido con su crecimiento, se permiten el lujo de extorsionar bajo amenazas "legales", porque además le ley les ampara.

Hoy en día cada vez resulta más normal escuchar noticias en las que agentes de la SGAE protagonicen bochornosas actuaciones como la que se cuenta en este artículo, en la que el susodicho protector de la propiedad intelectual entra a un local y como si de la Policía con una orden judicial se tratase, informa de que lo va a inspeccionar, se pone a contar los altavoces y a anotar que en el local se hacen conciertos de artistas que él presupone, por su propia cuenta y sin ningún tipo de comprobación, que pertenecen a la SGAE, y que hay una televisión (que realmente no era tal) en la que se proyectan películas, todo esto nuevamente presuponiendo que el tipo de contenido que se proyecta pertenece a la SGAE; o el caso de agentes que se cuelan en bodas con el mismo fin, tomar nota de que se pone música de artistas pertenecientes a la SGAE (aunque realmente no sea verdad).

Todo les vale a estos buitres carroñeros, hasta lo más absurdo, para conseguir su propósito: sacar tajada. Pero lo peor es que lo hacen en nombre de la cultura, de esa misma cultura que ellos prostituyen y pretenden restringir solo al que pueda pagársela, cuando no dan por hecho que el mundo les pertenece...
Es lo que ocurre cuando la corrupción y la codicia degeneran y adulteran la intención inicial de proteger las obras hasta convertirla en la única intención de ganar dinero, usando para ello la excusa de la protección de los derechos de autor... pero realmente no les importa en absoluto la cultura, sino el beneficio económico que sacan de ella.

El control y la limitación de la cultura es algo que al poder establecido le ha convenido desde siempre, pues un pueblo sin cultura es un pueblo fácilmente manipulable, un pueblo que nunca discutirá la hegemonía del poder establecido.
Un pueblo con cultura, consciente de su situación, no da más que problemas y genera inestabilidad para los intereses de estos poderes fácticos.

Internet y el desarrollo de las tecnologías han abierto un extenso abanico de posibilidades, que van desde el modo en que nos informamos y nos comunicamos hasta el modo en que nos organizamos socialmente. Estas nuevas posibilidades nos han permitido organizarnos de un modo más rápido y eficiente y nos han brindado la oportunidad de ser receptores de diferentes focos de información que escapan del control del poder establecido.
Este es un hecho que les molesta particularmente, por eso desde las esferas gubernamentales han hecho y siguen haciendo grandes esfuerzos por criminalizar las redes de información que escapan de su control, a la vez que se divulga el mensaje de que la red es utilizada mayoritariamente para cometer actos delictivos, cuando de ninguna manera es así, no existe más peligro dentro de la red que fuera de ella.
Los poderes políticos y económicos temen a la red porque no pueden controlarla, porque los usuarios disfrutan en ella de una libertad que tienen limitada o cohibida fuera de ella, controlada y supervisada por estos poderes.
Para combatir una posible "rebelión" en su contra y para intentar acaparar toda la red en su dominio (cosa que es virtualmente imposible), el poder político y económico, los oligopolios, se parapetan en la mal llamada propiedad intelectual para justificar y defender el levantamiento de muros y obstáculos que nos impidan usar la red libremente.

Se hacen garantes de la libertad al tiempo que recortan libertades y derechos fundamentales como la libertad de información, de expresión, de comunicación y de intercambio de información, todas ellas lesionadas en España con la aprobación de la ley Sinde.
Es ahí donde comienza a jugarse el futuro de la libertad, nuestra libertad, asediada por grupos de poder que ven en los cambios que Internet podría introducir en nuestras vidas una amenaza.
La ley Sinde se une a otras leyes como la Ley de Retención de Datos, o nuevas leyes antiterroristas desarrolladas en el marco de la "guerra contra el terrorismo" con el fin de controlar las redes de información, que se irán endureciendo si desde la calle no se muestra un fuerte y firme rechazo a las mismas.
La sociedad digital ha traído unas posibilidades democratizadoras como nunca antes se habían conocido, pero un mal uso de las nuevas tecnologías que otorgue demasiado control a un reducido número de personas desembocaría en la creación de una terrorífica distopía que, si no estamos diestros, será difícil evitar: la sociedad del control.



Fuente: La sociedad de control, por Segis Beltrand.

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