¿Por qué los marxistas suelen ser ateos?


La pregunta podría parecer sencilla de responder, pero si lo pensamos bien, una respuesta convincente a esta pregunta tiene que desarrollarse y argumentarse con rigor para poder entenderse, incluso en el caso de los que se consideran creyentes.

Como sabemos, el pensamiento marxista está basado en una filosofía científica desarrollada por Marx y Engels: el materialismo dialéctico.

El materialismo dialéctico concibe a la filosofía como inseparable de las ciencias, porque es la filosofía la que une las leyes fundamentales comunes a todas las ciencias.

Esta filosofía científica, en su sentido dialéctico, estudia las leyes más generales del Universo, leyes comunes a todos los aspectos de lo real, desde la naturaleza física hasta el pensamiento, pasando por la naturaleza viva y la sociedad. El progreso de las ciencias fue lo que permitió descubrir y formular las leyes más generales, comunes a todas las ciencias y que expone dicha filosofía.

Como materialismo, la filosofía marxista expone una concepción científica del mundo, la única conforme a lo que nos enseñan las ciencias.
Pero ¿qué enseñan las ciencias? Que el Universo es una realidad material, que el hombre no es extraño a esta realidad y que puede conocerla, y por ello, transformarla -como lo demuestran los resultados prácticos obtenidos por las diversas ciencias-.
El materialismo marxista no se identifica exclusivamente con las ciencias, porque su objetivo no se circunscribe a un único aspecto limitado de lo real (ese es el objeto de las diversas ciencias), sino que abarca la concepción del mundo en su conjunto, concepción que todas las ciencias admiten implícitamente. Las ciencias son necesariamente dialécticas (puesto que no pueden constituirse si desconocen las leyes más generales del Universo), y materialistas (puesto que tienen por objeto el Universo material). Por ello, el materialismo dialéctico es inseparable de las ciencias, y progresa apoyándose en ellas.

La concepción materialista del mundo significa sencillamente concebir la naturaleza tal y como es, sin ningún tipo de adiciones abstractas ni sobrenaturales que científicamente son improbables.

Diametralmente opuestas a esta concepción del mundo material son las doctrinas religiosas, que basan la concepción del mundo y del Universo en general en aspectos abstractos e intangibles, y los describe como entes inmutables, eternos e inamovibles. Las doctrinas religiosas pues son metafísicas.

La metafísica (que viene del griego 'meta', cuyo significado puede interpretarse como más allá; y 'física', ciencia de la naturaleza), es el estudio del ser que se encuentra más allá de la naturaleza, de lo sobrenatural, pero que ignora que la propia naturaleza es movimiento y cambio constante.
De esta forma, la metafísica, en el plano religioso, ignora las demostraciones del método científico y concibe al Universo, al mundo y al hombre como la creación inmutable de un ente sobrenatural eterno. Y como ignora el método científico, tampoco se basa en él para explicar la existencia material del Universo, del mundo, del hombre y del principio eterno sobrenatural al que suelen referirse como Dios en la religión católica, como Alá en la religión islámica o como Yahveh en el judaísmo. La explicación metafísica se basa simplemente en interpretaciones subjetivas de la realidad por parte de los propios individuos, o en la fe, como los religiosos lo llaman.

Hablar pues de la metafísica, es hablar de un método que ignora la realidad del movimiento y el principio del cambio, y que concibe la realidad material como un principio absoluto e inmodificable, dicho de un modo sencillo que "las cosas son lo que son y como son, y nunca cambiarán", siempre según la interpretación subjetiva de los individuos, ignorando las demostraciones prácticas del método científico. Pero con el avance del conocimiento y de las ciencias, así como de sus diversos métodos prácticos se ha podido demostrar que las cosas sí que cambian, que el mundo material, y por tanto el hombre, no son inmutables ni eternos, sino que están sujetos a constantes cambios según las condiciones físicas en cada momento. Es el llamado principio de la evolución.

Por la razón de que la concepción del mundo está sujeta a las pruebas científicas en las que a su vez se basa el materialismo dialéctico es por la que las personas de pensamiento marxista en general no conciben la existencia de un dios como ente supremo y eterno, por lo que tampoco pueden aceptar como verdaderas las teorías metafísicas de un mundo espiritual de las doctrinas religiosas. La imposibilidad de demostrar científicamente las teorías religiosas es lo que convierte a los marxistas de convicción en ateos.

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