miércoles, 11 de junio de 2014

Dejarlo todo atado y bien atado


Con esas palabras se pronunciaba el caudillo Franco a finales de la década de los 60 cuando por su obra y gracia nombró a Juan Carlos de Borbón su sucesor en la Jefatura del Estado, y continuador hasta la gloria y la eternidad del Movimiento Nacional, a cuyos principios éste último llegó a jurar lealtad en dos ocasiones, la primera de ellas, en 1969, con la ocasión aquí mencionada por su nombramiento a la sucesión en la Jefatura del Estado, y la segunda, en 1975, tras la muerte del tirano y ser coronado rey (una imagen vale más que mil palabras).

Ni qué decir tiene que la decisión del dictador no respondió en ningún momento a ningún tipo de consulta popular o sondeo, esas cosas se estilaban bastante poco en el régimen franquista, ni por supuesto a la interpretación de ninguna constitución, básicamente porque en aquel entonces la última constitución que tuvo vigencia fue la de 1931, que el tirano abolió de forma inmediata tras la toma por la fuerza del poder en 1939 después de tres años de sangrienta guerra derivada del fallido golpe de Estado del 18 de Julio de 1936. No, la decisión del tirano fascista respondió sobre todo al deseo unilateral, personal e intransferible de sus venerables gónadas, o como se dice en mi pueblo, "porque le salió de los cojones", de que alguien válido, leal y fiable continuara su obra, y en el uso de su grandiosa y extraordinaria sabiduría eligió al sucesor que él mismo se había encargado de formar militar y políticamente para continuar con el mesiánico proyecto de la "grande y libre" que había iniciado en 1939 después de "salvar" a su amada patria de la amenaza del rojerío judeomasón.

Pues algo muy parecido, si bien con evidentes y variados matices, es lo que está a punto de ocurrir ahora, 39 años más tarde de la coronación de Juan Carlos de Borbón por decreto y expreso deseo de aquel que secuestrara la soberanía del Estado español durante casi cuatro décadas.
Una vez más, como ya se acostumbró durante la larga noche franquista, se pretende hacer de las decisiones trascendentales de Estado algo reservado únicamente a una reducida élite tecnócrata que son los que deciden lo que más nos conviene por nuestro bien. El hecho de hacer un recambio express de la Jefatura del Estado como se pretende hacer, desde arriba, a traición, con nocturnidad y alevosía, perpetúa en sus formas el caracter paternalista del Estado heredado de la dictadura franquista.

domingo, 1 de junio de 2014

De la resaca a la inquietud de "la casta"


Ya han pasado los primeros días desde la turbulenta jornada de elecciones al Parlamento Europeo del 25M, y con ellos se ha ido relajando poco a poco la resaca de quienes no esperaban unos resultados tan relativamente buenos, pero aún dura la perplejidad de quienes no sólo no apostaban un duro por ciertas opciones sino que esperaban que estas tuviesen un apoyo que no pasara de lo marginal, como otras tantísimas pequeñas formaciones políticas, y como en otras tantísimas ocasiones, pero esta vez no vieron venir el golpe desde su atalaya alejada de la realidad social y cuando quisieron darse cuenta no supieron explicar con certeza lo que había pasado.

Las elecciones europeas del 25 de Mayo han sido noticia por muchas cuestiones, a nivel nacional e internacional, y ha habido para todos los palos. Por un lado tenemos el preocupante y alarmante auge de la extrema derecha en toda Europa, con especial relevancia del xenófobo y pro-fascista Frente Nacional de Marine Le Pen, ganador en Francia, seguido de UKIP en el Reino Unido, y el Partido Popular Danés en Dinamarca, sin olvidarnos de otros como Amanecer Dorado en Grecia o Jobbik en Hungría, que no resultaron ser las fuerzas más votadas en sus respectivos países, pero sí que consiguieron un importante porcentaje de los votos.

Por otro lado tenemos una altísima tasa de abstención -que ya es la norma común- en la práctica totalidad de plazas europeas llamadas a estas elecciones, donde votaron en casi todos los casos menos de la mitad de los electores -42,54% de participación media, 43,81% en España-, y en otros, como el de Eslovaquia, apenas se registró un pírrico 13% de participación, cosa que debería llamar seriamente a la reflexión a más de uno y que muestra como la mayoría de la gente ha perdido toda o gran parte de la confianza en un sistema de democracia liberal que ha demostrado a todas luces ser insuficiente para satisfacer las demandas de la mayoría social.

Pero la cuestión central sobre la que han girado estas elecciones es sobre todo el derrumbe en buena parte de Europa de los habituales dos grandes partidos que suelen sustentar las democracias liberales, fruto sobre todo de las draconianas y antisociales políticas aplicadas desde el inicio de la recesión económica por los distintos gobiernos neoliberales y socialdemócratas, siguiendo las agresivas recetas de la Troika para desmantelar lo público y los derechos sociales en Europa, y que han sido las razones fundamentales de la escalada de los partidos de extrema derecha, y en menor medida, de partidos de la izquierda anticapitalista hasta ahora relegados siempre a una minoría cuasi-testimonial en el mapa europeo desde la caída del bloque socialista. Es por ello que ahora se ha empezado a hablar más que nunca del principio del fin del bipartidismo.