domingo, 1 de junio de 2014

De la resaca a la inquietud de "la casta"


Ya han pasado los primeros días desde la turbulenta jornada de elecciones al Parlamento Europeo del 25M, y con ellos se ha ido relajando poco a poco la resaca de quienes no esperaban unos resultados tan relativamente buenos, pero aún dura la perplejidad de quienes no sólo no apostaban un duro por ciertas opciones sino que esperaban que estas tuviesen un apoyo que no pasara de lo marginal, como otras tantísimas pequeñas formaciones políticas, y como en otras tantísimas ocasiones, pero esta vez no vieron venir el golpe desde su atalaya alejada de la realidad social y cuando quisieron darse cuenta no supieron explicar con certeza lo que había pasado.

Las elecciones europeas del 25 de Mayo han sido noticia por muchas cuestiones, a nivel nacional e internacional, y ha habido para todos los palos. Por un lado tenemos el preocupante y alarmante auge de la extrema derecha en toda Europa, con especial relevancia del xenófobo y pro-fascista Frente Nacional de Marine Le Pen, ganador en Francia, seguido de UKIP en el Reino Unido, y el Partido Popular Danés en Dinamarca, sin olvidarnos de otros como Amanecer Dorado en Grecia o Jobbik en Hungría, que no resultaron ser las fuerzas más votadas en sus respectivos países, pero sí que consiguieron un importante porcentaje de los votos.

Por otro lado tenemos una altísima tasa de abstención -que ya es la norma común- en la práctica totalidad de plazas europeas llamadas a estas elecciones, donde votaron en casi todos los casos menos de la mitad de los electores -42,54% de participación media, 43,81% en España-, y en otros, como el de Eslovaquia, apenas se registró un pírrico 13% de participación, cosa que debería llamar seriamente a la reflexión a más de uno y que muestra como la mayoría de la gente ha perdido toda o gran parte de la confianza en un sistema de democracia liberal que ha demostrado a todas luces ser insuficiente para satisfacer las demandas de la mayoría social.

Pero la cuestión central sobre la que han girado estas elecciones es sobre todo el derrumbe en buena parte de Europa de los habituales dos grandes partidos que suelen sustentar las democracias liberales, fruto sobre todo de las draconianas y antisociales políticas aplicadas desde el inicio de la recesión económica por los distintos gobiernos neoliberales y socialdemócratas, siguiendo las agresivas recetas de la Troika para desmantelar lo público y los derechos sociales en Europa, y que han sido las razones fundamentales de la escalada de los partidos de extrema derecha, y en menor medida, de partidos de la izquierda anticapitalista hasta ahora relegados siempre a una minoría cuasi-testimonial en el mapa europeo desde la caída del bloque socialista. Es por ello que ahora se ha empezado a hablar más que nunca del principio del fin del bipartidismo.

En España en particular, si nos atenemos estrictamente a los resultados, tendríamos que decir que las fuerzas hegemónicas siguen siendo PP y PSOE, al ser la primera y la segunda formación respectivamente en número de votos, pero esto sería un análisis superficial y muy simplista.
Ante todo hemos presenciado un cambio importante en la tendencia del voto, que ha pasado en gran medida de PP y PSOE, los principales damnificados, a otras formaciones minoritarias como IU y UPyD que han aumentado exponencialmente el número de votos, además de la irrupción con fuerza y contra todo pronóstico de Podemos, una nueva formación de izquierdas encabezada por el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, analista político y tertuliano, Pablo Iglesias.

Mientras en países como Francia, Dinamarca o el Reino Unido han sido los partidos de extrema derecha los que han recogido el descontento social a través de un discurso populista y xenófobo, en España ese voto ha virado más hacia la izquierda, siguiendo la lógica del proceso que se inició con el movimiento 15M y después con las mareas ciudadanas, donde tuvieron presencia personas y grupos vinculados o simpatizantes de distintas organizaciones de la izquierda anticapitalista, que fueron claves en numerosos casos para el mantenimiento, la organización y la radicalización de las luchas ciudadanas contra las políticas de recortes en derechos y servicios públicos, y permitiendo de esta forma que la ciudadanía (o por lo menos parte de ella) aprendiese por primera vez a diferenciar realmente entre políticas de derechas y políticas de izquierdas, entre los partidos de la casta dominante y el resto, entre los que quieren un cambio de rumbo y los que quieren que todo se mantenga tal y como está.

Todos esperaban que tanto PP como PSOE perdieran bastantes votos (aunque no tantos como acabaron perdiendo), todos esperaban que IU y UPyD ganaran muchos de esos votos producto del descontento general con los grandes partidos, llevaban ya meses diciéndolo las encuestas. Pero lo que ninguna decía era que fuese a irrumpir Podemos casi a la par de IU, superando a UPyD (que esperaban que fuese el dique de contención), y colocando a la izquierda anticapitalista en el punto de lanzamiento hacia el asalto del bipartidismo si las afinidades mutuas entre IU y Podemos se materializan en una más que posible convergencia.
Y ahí es donde empiezan los miedos, la tensión y la inquietud entre la casta dominante, pues una cosa era lidiar con un millón y medio de votos a IU, y otra es lidiar con el millón y medio de votos de IU + millón doscientos mil más de Podemos, que en total suman casi tres millones de votos frente a los siete millones recogidos entre PP y PSOE, aún cuando más de la mitad del electorado ha optado por la abstención y siendo conscientes de que la mayor parte de esa abstención se podría considerar como simpatizantes de la izquierda, lo que indica que la diferencia de votos entre los partidos mayoritarios y el resto, hoy más pequeña que nunca, podría seguir menguando de cara a próximos comicios.
Por esta razón, la casta dominante, los dueños del capital, situados la mayoría de ellos tras las marcas políticas del PP y el PSOE, han empezado a tomarse más en serio la presencia de formaciones políticas que podrían poner en entredicho su hegemonía en el poder político, y es por lo que inmediatamente después de la jornada del 25M proliferaron en sus medios todo tipo de ataques, descalificaciones, burlas e insultos hacia lo que ellos llaman "la extrema izquierda antisistema", como las que protagonizó el vicesecretario de organización del PP, Carlos Floriano, que se refería a Podemos como "un partido que desprecia la ley" porque "tiene como modelo a la Venezuela de Maduro o al 'castrismo' de Cuba", y a sus votantes como "los que un día asaltan el Congreso".
Tampoco se quedó corto el ex-presidente del Gobierno, el "socialista" Felipe González, que declaró en un acto financiado por Caixabank que "una alternativa bolivariana influida por utopías regresivas para España sería una catástrofe sin paliativos".

Si bien la agrupación de izquierda radical que obtuvo mayor representación el 25M fue IU, a éstos por el momento han preferido silenciarlos mientras que Podemos es la que se ha convertido en el blanco principal de la caverna mediática de este país, principalmente por haber sido el revulsivo que de golpe ha conseguido una representación mayor que otras formaciones con mayor recorrido como UPyD, más allá del alineamiento con el chavismo en Venezuela, su oposición a la OTAN, o las explícitas palabras de Pablo Iglesias al referirse a PP y PSOE despectivamente como los partidos de "la casta", a los que ha llamado a desbancar, para lo que se ha mostrado abierto a una posible coalición con IU y con otras fuerzas progresistas.
Tampoco es la primera vez que Pablo Iglesias se expresa en estos términos, y si se lo habían permitido hasta ahora es, o bien porque pensaban que el movimiento político que encabezaba se movería en el filo de lo marginal, o bien porque esperaban que dicho movimiento fragmentara a la izquierda más de lo que está, pero dado que las cosas no han sucedido como le hubiera gustado a "la casta", que el electorado de izquierdas no se ha fragmentado en exceso sino que se ha unido mayoritariamente en torno a IU y Podemos, que IU ha triplicado su representación respecto a las elecciones europeas de 2009, que Podemos no sólo ha recogido votos desencantados de PSOE e IU sino que ha sido capaz de movilizar a gente que de otra manera ni siquiera habría acudido a votar, esto al tiempo que los partidos de "la casta" se desplomaban hasta el punto de no llegar a sumar entre PP y PSOE ni la mitad de los votos emitidos cuando hasta ahora habían superado siempre el 60%, por este cúmulo de sucesos "la casta" se ha molestado bastante, y una de las medidas impuestas "desde arriba" ha sido limitar las apariciones televisivas de Pablo Iglesias, dejándole fuera del programa 'Al rojo vivo' de Atresmedia, grupo de medios de comunicación que no olvidemos pertenece a José Manuel Lara, presidente del Grupo Planeta, y editor, entre otros, del derechista diario La Razón.

Está claro que la mayor presencia de organizaciones de la izquierda anticapitalista o cercanas a ella, además de la cobertura mediática de algunos de sus principales voceros, es algo que ahora se ha vuelto molesto para los lobbys que detentan el poder político y económico, es algo que les inquieta, algo que les sume en cierto grado de incertidumbre y que si se les llega a escapar de las manos podría suponer un cambio en la estructura del poder que en nada les beneficiaría, y es por lo que ahora necesitan recrear la imagen de los campos de trabajos forzados, de los gulags, de las chekas, y del "totalitarismo comunista" para criminalizar cualquier posición política que cometa la "herejía" de salirse de los sacrosantos márgenes del liberalismo y del sistema socio-político que han construido a su alrededor.
La casta dominante está convencida de que la ruidosa irrupción de Podemos en el mapa político se debe sobre todo a las apariciones de Pablo Iglesias en las tertulias televisivas, y puede que en parte tengan razón. Es por ello por lo que han decidido limitar sus apariciones, sin eliminarlo totalmente de la pantalla por el momento, porque entre otras cosas sería una maniobra demasiado descarada en unos medios que ante todo quieren seguir aparentando pluralidad política en sus tertulias, y lo último que querrían ahora es convertir en un mártir al personaje político que ellos mismos han ayudado a crear. Así que, por el momento, Pablo Iglesias seguirá participando en tertulias televisivas, eso sí, en la misma inferioridad numérica en la que ya estaba, o más. Piensan que con él, la extrema izquierda ya está suficientemente representada, y por eso será muy raro que veamos, por ejemplo, a alguien de las nuevas generaciones de IU acompañando a Pablo Iglesias, porque otra de las cosas que tampoco interesa mostrar es el gran parecido entre las propuestas de IU y las de Podemos, teniendo en cuenta que IU es la tercera fuerza política en España y que cuenta con una base de simpatizantes más o menos consolidada a los que por supuesto no les van a dar la oportunidad de defenderse públicamente. Podemos solamente es útil para "la casta" si lo confrontan con IU para dividir más el voto de la izquierda, pero si en lugar de confrontarse convergen como parece ser la intención de ambas formaciones, entonces pueden llegar a convertirse en el mayor y más serio riesgo para la hegemonía del bipartidismo hasta la fecha, lo que ellos llaman "la estabilidad política", esa misma por la que temía José Antonio Zarzalejos y de la que ya hablamos hace poco.

Ese temor por la "estabilidad política" no es, evidentemente, por una hipotética caída inmediata de los poderes fácticos del régimen, pues aunque las próximas elecciones generales las ganara un partido o coalición que en su programa tuviese como medidas primordiales la nacionalización de la banca privada, las telecomunicaciones, los transportes y los sectores industriales estratégicos, y establecer un control de precios, al día siguiente el poder económico lo seguirían teniendo los lobbys privados, y por consiguiente podrían seguir influyendo en el sistema político.
El temor es algo a más largo plazo, a la pérdida de influencia en la opinión pública, y en consecuencia, a la progresiva pérdida del control a manos de los movimientos sociales surgidos como consecuencia de la crisis económica en Occidente. Esto es lo que bajo ningún concepto están dispuestos a permitir.
El derrumbe del bipartidismo solamente sería el reflejo en clave electoral del descontento social con aquellos que juraron en su momento que trabajarían para sacar a la gente de una crisis económica provocada por los excesos financieros de un sistema insostenible, y que sin embargo se la hicieron (y se la siguen haciendo) pagar a aquellos mismos que les dieron su confianza.
Sin embargo, la apatía acumulada por la sociedad española y el aborregamiento inducido eran de tal magnitud que a pesar de las situaciones de emergencia social que ya se han dado a lo largo y ancho del Estado, el bipartidismo aún no ha sido tumbado. Apenas se ha iniciado el posible proceso de descomposición. Y no sabemos aún si la tendencia mostrada el 25M tendrá recorrido o si ha sido un evento puntual.

En cualquier caso, suponiendo que la tendencia se mantenga y que el bipartidismo finalmente se derrumbe, eso no querría decir que ha habido un cambio de régimen y que se ha derrotado a "la casta". No podemos ni debemos llevarnos a engaño pensando que derrotar en las urnas al bipartidismo nos traerá paz y prosperidad para todos. De nada servirá ganar unas elecciones si no se acompaña de lucha social en el día a día por la justicia social. Ganar en las urnas no cambia la estructura social, no deshace las desigualdades, ni despoja de su poder a los oligarcas. No se acaba con la usura, ni con la corrupción, ni con los fraudes, ni con la explotación en los centros de trabajo, ni con el problema de la vivienda, ni con la abismal diferencia entre el 1% muy rico y el resto. No es suficiente. Derrotar en unas elecciones al bipartidismo no es más que un plebiscito sobre la correlación de fuerzas sociales en un momento dado. Es la lucha constante, firme, activa y organizada por parte de la sociedad en los distintos ámbitos la que puede hacer que los males antes mencionado puedan llegar a combatirse con efectividad, porque los gobiernos caen igual que suben, pero un pueblo unido y comprometido con un proyecto común de justicia social es más difícil de derrotar. La poderosa casta dominante puede mover los hilos suficientes, tanto dentro como fuera, para hacer caer cualquier gobierno salido de las urnas si se lo propone, tienen el poder y la influencia necesaria para conseguirlo. Pero un pueblo unido y organizado puede paralizar un país, paralizar los medios de esa casta y sus resortes institucionales, y hacer que su poder sea estéril, tiene a su favor una gran superioridad numérica. Pero hace falta incuestionablemente unión y organización, eso es lo que "la casta" teme y lo que quiere evitar a toda costa.

Las elecciones del 25M, además de una muestra clara de que la gente está harta de la forma habitual de hacer política, han sido un aviso en clave electoral para esa casta dominante de que el volumen de gente que se ha salido del rebaño alcanza ya un nivel considerable, un aviso de la pérdida de hegemonía y de que el discurso oficial empieza a calar en cada vez menos gente, por eso, como ya habíamos dicho, ahora veremos un recrudecimiento de los ataques hacia cualquier persona u organización política que se escore demasiado hacia la izquierda, y la criminalización sistemática de estas alternativas a las que se intentará comparar con otros modelos ya criminalizados como por ejemplo el de la Venezuela chavista. Necesitan urgentemente volver a inducir miedo a los "terribles" regímenes que desafían al poder de los lobbys, a todo lo que empiece a oler peligrosamente a socialismo, para que el rebaño vuelva al redil presa del miedo, olvidándose de las "aventuras izquierdistas" y sometiéndose nuevamente al poder de la oligarquía financiera bajo la falsa paz social que nos ofrece el bipartidismo.

De nosotros depende que "la casta" consiga o no su objetivo.

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