miércoles, 23 de febrero de 2011

El legado del 23-F


Hoy se han cumplido 30 años desde aquel día en que una movilización militar irrumpió en el Congreso de los Diputados con el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero a la cabeza y pistola en mano.

Sin duda, aquel día marcó un antes y un después en el devenir de la democracia en España. Para la mayoría de la opinión pública el proceso que siguió al 23-F fue el ideal y el mejor que se podía haber dado en pos de la protección de una democracia recién nacida en aquel 1981, pues al final, y siempre según la versión oficial dada, aquel Golpe de Estado fracasó, a sus autores se les condenó, y se sentó a esta democracia sobre una sólida base.
Esta es la versión más extendida.

Sin embargo, el halo de misterio que rodea a aquellos sucesos me llevaron a indagar un poco e informarme sobre el proceso conocido, el posible proceso real que hubo detrás de los informes oficiales, comparar datos y sospechar de las incoherencias presentes en la versión oficial del golpe del 23-F.

En la versión oficial, aquel 23-F terminó con una transición que al final acabó reconciliando a las dos Españas, y entre otras cosas, reforzó la imagen de la institución monárquica, dado que el rey a ojos públicos se posicionó contra los golpistas alegando la legitimidad del proceso democrático votado por los españoles mediante referéndum.

Sin embargo yo no veo que el proceso derivado del 23-F fuese ni mucho menos el ideal. Sin aquel intento de golpe, la transición podría haber llevado a la democracia mucho más lejos de lo que hoy conocemos. El levantamiento militar dió al traste con los proyectos previstos y rebajó considerablemente las expectativas democráticas.

La transición que muchos consideran modélica dejó bastantes cuestiones abiertas, puesto que se amnistió a los dirigentes franquistas, no se juzgó uno solo de los crímenes políticos cometidos durante la dictadura, se impuso la 'ley del olvido' para el bando de los "vencidos", y a los principales cabecillas del golpe del 23-F se les impuso una condena que realmente nunca llegaron a cumplir.

Por mucho que el rey echara mano de la legalidad democrática vigente, nunca se rompió con el pasado franquista, ni con la Constitución, ni con el 23-F.
Aún a día de hoy, aunque hayan pasado 30 años desde la intentona golpista, y camino de 36 de la muerte de Franco, el franquismo no se fue sino que siguió instalado en la mayoría de las instituciones del Estado, y en la sociedad aún se nota la presencia del llamado "franquismo sociológico", por fortuna no con la misma intensidad de hace 30 años, pero sigue presente. Es uno de los legados que nos dejó el 23-F, conservar aquella base ideológica enfermiza tras el telón democrático.

La democracia tenía por delante unos proyectos de progreso que a los nostálgicos altos cargos del Estado más puristas no les gustaban nada, pues para ellos se estaban traicionando los principios fundamentales que hicieron de España "una grande y libre", y eso es lo que empujó a varios generales militares de esa España "una grande y libre" a conspirar y dar el golpe aquel 23 de Febrero de 1981.

Estos hechos volvieron a inculcar entre la población y los políticos el temor a una nueva dictadura, incluso a una nueva guerra civil, por lo que proyectos como la ley LOAPA -que ponía en marcha el proceso autonómico- fue rebajado de forma ostensible quedando una ley mucho menos ambiciosa de lo que debió ser (los militares veían en el proceso autonómico los pasos para la destrucción y la disgregación de la gloriosa patria de España); o la Ley de Memoria Histórica que quedó suspendida durante más de dos décadas, sin olvidarnos de la entrada en la OTAN para gusto de los militares.

Por lo tanto, la transición solamente fue modélica para los franquistas y sus herederos, puesto que disfrutaron del perdón divino que les otorgó la Ley de Amnistía, y pasaron de un día para otro de ser dirigentes y colaboradores de una dictadura a ser fervorosos demócratas, sobre todo a raíz del 23-F.

Pero tampoco nos podemos olvidar de la que se ha considerado la pieza clave en el desmontaje del golpe, el rey Juan Carlos de Borbón.
Sus defensores lo alaban y lo enmarcan como el verdadero salvador de la democracia. Pero lo cierto es que esta afirmación debe ser estudiada en profundidad, sobre todo si nos atenemos a la antítesis que se genera con los conceptos de monarquía y democracia, y a los hechos de que el rey Juan Carlos fuese formado e instruido por Franco, y que tras la muerte de éste último aceptara la Jefatura del Estado jurando lealtad a los principios del llamado Movimiento Nacional (aquel movimiento de carácter fascista que derrocó al gobierno legítimo de la República tras tres años de guerra civil).
Es como si en la Alemania de después de la Segunda Guerra Mundial el nuevo gobierno constituido tuviese como Jefe del Estado a un discípulo de Hitler y hubiese jurado lealtad a los principios del nazismo.

Para aquel 23-F, la corona y la clase política baraja la existencia de dos golpes en marcha. Uno encabezado por el teniente coronel Tejero en una trama civil muy ligada a los restos del citado Movimiento Nacional franquista. Al mismo tiempo existe una búsqueda, por parte de la clase política y del monarca, de un gobierno de concentración nacional, que no era constitucional, que sustituyese a Adolfo Suárez. Se dejó que ambos planes continuaran de forma paralela, manteniéndose incluso la posibilidad de que pudiesen fusionarse en un momento dado. Pero la precipitación de Tejero lo desbarata absolutamente todo. Los servicios secretos (el CESID, actual CNI) dejan que los dos golpes salgan adelante y el rey opta por asumir el protagonismo cuando ya no hay forma de encauzar la situación.

El rey participó en una representación, que como todo acto político tuvo bastante teatro. Pero pasaron muchas horas desde que Tejero irrumpiera en el Congreso a base de tiros hasta que el rey hizo aparición pública. La precipitación de Tejero en la entrada al Congreso, amenazando a los diputados pistola en mano y custodiado por un cuerpo de militares y guardias civiles armados con metralletas, hizo caer el plan de un gobierno formado por una junta militar presidida por el general Alfonso Armada, con lo cual había que esperar para tomar una determinación.
Las largas horas que pasaron hasta la intervención del rey fueron horas de consulta, para saber si los capitanes generales de las distintas regiones se sumaban al golpe, para saber si Armada lograba reconducir la situación que había estropeado Tejero con su apasionada irrupción en el Congreso. Solo cuando hubo constancia de que nada de eso iba a ocurrir, entonces es cuando el rey tomó una postura pública en favor de la democracia. Todo tendría lógica: el monarca primero mira por su linaje y luego ve en qué régimen sale adelante. Pero el interrogante aún sigue ahí. Y seguirá estando mientras sea la monarquía la institución principal del Estado español.

Pero si todos querían y se abrazaban tanto a la democracia, ¿por qué hubo tanto silencio en las calles? ¿por qué esa desmovilización de la población?
Y la respuesta es Miedo. Miedo es el principal legado que deja una dictadura, miedo a una represión que no tiene parangón con otro gobierno autoritario, tanto en extensión de años como en ensañamiento con los vencidos. La destrucción de cualquier organización ciudadana y la represión durante 40 años de dictadura es tal que la involución produce pavor en la población.
Asimismo, una democracia estable es, para los padres de nuestra Constitución y para la clase política española, contraria a cualquier tipo de movilización. Y este es el legado que nos deja aquel 23-F. Una ciudadanía inmovilizada, pasiva e indiferente, adjetivos contrarios a una sociedad realmente democratizada.

En buena parte es lo que querían los franquistas, y los ahora neofranquistas, frenar gran parte de la apertura que tenía prevista la democracia y que la sociedad acatase las órdenes desde arriba. Por lo tanto, decir que el golpe de Estado fracasó es hablar solo en términos militares, pero no en términos políticos y sociales. Sólo de esta manera podía salir indemne la extrema derecha de las causas criminales que tiene pendientes. Sólo de esta manera se podía apuntalar y asegurar la continuidad de la Corona, para la que lo único innegociable era su supervivencia.
Y mientras todo siga así, no puede haber reconciliación posible entre las dos Españas.

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