Así de simple. En
un reaccionario estado capitalista como España, la ética y los
valores son violados constantemente por la propia legalidad vigente
mientras el lucro, la codicia y el hurto encubierto (y muchas veces
no tan encubierto) son alabados y considerados socialmente como "lo
normal", aunque no sea políticamente correcto expresarlo
públicamente, al menos de esa manera.
Esto se puede
observar con bastante claridad en estos días a causa del enorme
revuelo mediático formado en torno al Sindicato Andaluz de
Trabajadores (SAT) y Juan Manuel Sánchez Gordillo, líder del
CUT-BAI, alcalde del municipio de Marinaleda y diputado por Sevilla
en el parlamento andaluz, que hace unos días "tomaban" un
Mercadona en Écija (Sevilla) y un Carrefour en Arcos de la Frontera
(Cádiz), de los que extrajeron varios carros con artículos de
alimentación para repartirlos a bancos de alimentos, acto por el que
están siendo perseguidos por las fuerzas represivas del estado y
objeto de un brutal asedio mediático de los principales medios del
régimen.
Evidentemente, en
estos medios lo que se remarca insistentemente no es la intención
del acto ni su valor simbólico (cosa que importa más bien poco a
esos medios y a las empresas que tienen detrás), sino la simpleza de
lo que consideran un robo, un acto delictivo, en el que además ha
participado una persona que ostenta un cargo público, lo cual está
siendo utilizado como arma arrojadiza contra uno de los personajes
públicos más molestos a día de hoy para los intereses de la
oligarquía capitalista del país.
Ahora habría que
analizar con más profundidad y rigor la motivación que hubo en la
expropiación de alimentos a los supermercados, y compararla con la
versión y la avalancha de adjetivos peyorativos que le han propinado
los medios.
Los medios no han
dudado en calificar la acción como "asalto" o como "robo
con violencia", como quien hablaba de una banda de atracadores,
cuando hay que aclarar que lo que el SAT pretendía llevar a cabo era
una acción de desobediencia civil no violenta y que los únicos
momentos de tensión que hubo tuvieron lugar cuando una empleada de
Mercadona intentaba impedir que se sacaran al exterior los carros de
alimentos, motivo por el cual se llevó un empujón. Sin más
incidentes de importancia.
Todos los grandes
empresarios, politicuchos de salón y portavoces de estos se
escandalizan con este "acto de violencia", pero sin embargo
les parecen correctas y hasta necesarias las brutales cargas
policiales contra manifestantes que dejan decenas e incluso
centenares de heridos, o el sitio de algunas localidades de Asturias
y Castilla y León cual estado de guerra con motivo de las protestas
de los mineros, con la Guardia Civil pateando puertas de domicilios
particulares, sacando a la gente a rastras de sus casas y abriendo
cabezas. Eso es violencia.
Posteriormente los
medios han utilizado las lágrimas de impotencia de esta empleada de
Mercadona para atacar y satanizar la imagen del SAT y de Juan Manuel
Sánchez Gordillo frente a la opinión pública, convirtiendo a dicha
empleada prácticamente en una mártir.
Pero ¿actuó
correctamente esta empleada? Veámoslo.
A ojos del
empresario, la actitud de esta empleada fue ejemplar al intentar
impedir por la fuerza que una "banda de ladrones" se
llevase productos sin pasar antes por caja, y con ello, el perjuicio
para la empresa. Es posible que esta reacción de la empleada fuese
meramente instintiva, pero también es posible que fuese por
desconocimiento o falta de conciencia de clase.
Se podría
entender coherentemente la reacción de la empleada si fuese
propietaria en la totalidad o en parte de la empresa, pero esta
empleada no era más que eso, una empleada asalariada, una
trabajadora contratada para cumplir la labor de pasar por caja los
productos y realizar el cobro a los clientes. Ni la empresa ni los
productos que vende le pertenecen. Y seguramente no entrará en su
contrato ninguna cláusula que la obligue a defender el negocio con
su integridad física, por lo que en ese momento no estaba cumpliendo
con su trabajo, pero así lo hizo, y fue aplaudida por ello por todos
los medios conservadores y pro-capitalistas del país. La empleada de
Mercadona tuvo la actitud que todo empresario desearía de sus
asalariados: que se identifiquen con la empresa aunque ésta no les
pertenezca lo más mínimo, aunque estén explotados y malvivan con
sueldos que les da poco más que para subsistir.
Cabría
preguntarse si la empresa daría la cara por esta empleada de la
misma forma en que ella lo hizo y si los medios que tanto la han
defendido se acordarían de ella si en un hipotético caso perdiera
el trabajo, el banco le expropiara la casa y no tuviese dónde ir ni
qué comer.
El caso es que
esta trabajadora decidió defender los intereses de su amo aunque
éstos fuesen diametralmente contrapuestos a los suyos (¿quizás por
temor a represalias? ¿o quizás por esperar ilusamente que su
actitud fuese valorada por la empresa?), y enfrentarse a personas de
su misma clase, trabajadores, parados, gente humilde, que en un acto de
rebeldía decidieron dar a la empresa una minúscula porción de su
propia medicina por una causa noble y justa: proveer de alimentos a
los más necesitados en unos tiempos en los que el umbral de la
pobreza crece a pasos agigantados, con más de un millón y medio de
familias con todos sus componentes en el paro y miles de niños
padeciendo desnutrición.
Pero los medios
pro-capitalistas ignoran estas razones, no porque las desconozcan
sino porque a las empresas les importan más bien poco los acuciantes
problemas sociales, y continuan insistiendo en lo único realmente
importante para ellos: que les hicieron perder dinero, y como tal, lo
reducen todo simplemente a un robo.
¿Pero es lo mismo
robar comida que dinero? Los empresarios, los políticos y la prensa
de derechas y los medios capitalistas en general pretenden
simplificar la acción de robar comida (yo prefiero llamarlo
expropiación alimentaria) como un simple robo, vaciarla de su
trasfondo de emergencia social y hacerla pasar por un delito similar
al de robar dinero o cualquier otro producto susceptible de ser usado
para el lucro, es decir, para generar dinero. Pero de ninguna manera
es lo mismo una cosa que la otra, principalmente porque los
motivos que llevan a robar comida son muy diferentes de los que
llevan a robar dinero. Cuando una persona roba comida lo hace
generalmente por necesidad, porque esa persona o algún ser querido
se encuentre en una situación de emergencia social y no le quede más
remedio que hurtar la comida para poder sobrevivir, o en este caso, como una acción de ayuda solidaria a esas personas en estado de emergencia social.
En cambio, el que
roba dinero está movido por unas pasiones mucho más bajas, que son
las del lucro y el vicio, y no suelen ser personas socialmente
necesitadas, pues no olvidemos que no sólo los atracadores roban
dinero, también los grandes empresarios, los banqueros y la alta
casta política lo hacen desviando fondos a paraísos fiscales o a
empresas inexistentes, estafando a sus clientes o explotando a sus
asalariados, por citar sólo algunos ejemplos. Este robo muy lejos de
cometerse por necesidad se comete por la ambición de acumular
capital y enriquecerse, y en este caso hablamos ya de miles de millones de euros. Lo que ocurre es que estos individuos suelen
ser gente muy influyente o directamente tienen cargos en los
gobiernos de turno, por lo que las leyes son adaptadas o aplicadas
arbitrariamente para permitir este tipo de comportamientos sin que
salgan a la luz pública, o sin que reciban nunca el castigo que
merecen. Por ello no es raro ver en libertad a estafadores de la
talla de Mario Conde, Iñaki Urdangarín o Francisco Camps.
Por tanto, las
leyes no deberían ser tan vagas, superficiales y generalistas, pues
aunque el acto sea el hurto, queda demostrado que no todos los hurtos
tienen la misma motivación ni por supuesto la misma dimensión. No
se puede tratar a los sindicalistas del SAT ni a Juan Manuel Sánchez
Gordillo como a delincuentes por llevar a cabo una acción de
rebeldía contra dos empresas que facturan beneficios de cientos de
millones de euros al año y que son particularmente conocidas por su
índice de explotación laboral y por la comida que desperdician. Se trataba de
una acción que además estaba destinada a ayudar a los más necesitados y que en cualquier caso no supuso una expropiación superior a los 1000 euros en su valor total.
¿Desde cuando es Robin Hood el malo de la película?
Muchos continuan
manteniendo la postura de que aunque la intención sea buena, un robo
es un robo, el robo va contra la ley y por lo tanto no está
justificado. Pero esa visión esta fuertemente influenciada por lo
que la legalidad vigente considera o no delito. Y hay que
reconocer que las leyes no siempre son justas, por lo que en
numerosos casos en la historia de la humanidad los pueblos se levantaron
precisamente contra la legalidad vigente para intentar mejorar sus
deplorables condiciones, que habían sido mantenidas con el
beneplácito de las diferentes castas dominantes. De no haber habido
levantamientos contra la legalidad vigente en diversos
momentos de la historia, puede que aún viviésemos en una sociedad
dominada por los señores feudales, que en vez de ciudadanos
hablásemos de súbditos, que no existiesen las libertades ni los
derechos civiles o que la esclavitud siguiese siendo vista como algo normal.
Es por ello que
debemos tener un pensamiento muy crítico a la hora de decidir si
estuvo bien o no que el SAT expropiara alimentos de Mercadona y
Carrefour.
Según la
Constitución española, estamos en un estado de derecho, en el que
los ciudadanos tienen derecho a una vivienda y un trabajo dignos, y
por consiguiente, también derecho a comer dignamente. Pero no es un
secreto para nadie que hay millones de personas en este país sin
trabajo, muchos más aún sin un trabajo dignamente pagado, familias
a las que los bancos expropian su casa diariamente, y que como
consecuencia se encuentran también en una grave situación de
déficit alimentario, por lo que podemos afirmar sin equivocarnos que
la Constitución no es más que el papel mojado que el poder político y económico utilizan para
legitimar su control y su monopolio sobre la soberanía popular.
En este contexto,
como dice el artículo 35 de la Declaración de los Derechos Humanos
del Hombre de 1793, cuando el gobierno viola los derechos del pueblo,
la insurrección es para el pueblo el más sagrado de sus derechos y
el más indispensable de sus deberes. Así que, éticamente hablando,
y dado que se trataba además de dos grandes empresas que exprimen a
la clase trabajadora, la acción del SAT está plenamente
justificada. Con todo, hay que aclarar que la acción del SAT fue un acto que, además de intentar ayudar a los más necesitados, pretendía dar un toque de atención a los gobernantes y destapar las miserias del sistema que impera en España. ¿Es delito expropiar a los expropiadores?
Claro que en un
país como España, paraíso del choriceo y el enchufismo, la ética
y los valores humanistas no salen rentables, por lo que a todo aquel
que levante la voz a favor de una insurrección éticamente
justificada se le criminalizará y se le perseguirá, aunque sea una
insurrección de acción no violenta como la del SAT. Se les hará
ver como a unos "apestados" que se niegan a adaptarse al
sistema.
Mientras tanto,
cualquier práctica para lucrarse, aunque sea a costa de los demás,
aunque sea a costa de invadir y masacrar a otros países, será
bendecida y utilizada como pretexto de "recuperación
económica", pues a fin de cuentas eso es lo verdaderamente
importante en el capitalismo: el dinero.
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