La tormenta no
para. Si la situación económica de España es ya de por sí más
que lamentable, lo único que hace falta para enfurecer aún más el
fuego de la creciente tensión social es que el presidente del
gobierno se ponga a enumerar uno por uno los recortes (él los llama
"reformas" o "ajustes") que va a llevar a cabo
con una pasmosa normalidad y sin variar el tono de voz lo más mínimo
en el dantesco espectáculo que supuso el debate sobre el estado de
la nación, mientras en las calles de Madrid los mineros y los que se
manifestaban junto a ellos recibían su "correspondiente
medicina para cerrar la boca (excepto, claro está, que sea para
celebrar eurocopas y mundiales)".
Si uno miraba las
calles de Madrid y luego echaba un ojo dentro del Congreso pareciera
que se trataba de dos países en dos situaciones completamente
diferentes. Mientras en la calle las brigadas de antidisturbios
cargaban, cual perros de presa mandados por el amo, contra las
columnas de mineros que llegaron a Madrid y contra todo aquel que los
secundara, convirtiendo el centro de Madrid en un polvorín en el que
se respiraba el mismo aire de represión que en cualquier dictadura
militar, en el Congreso de los Diputados, un sereno Mariano Rajoy
enumeraba cada uno de los recortes que iba a llevar a cabo su
gobierno como quien está leyendo la lista de la compra, siendo
jaleado entre aplausos (y algún que otro comentario más propio de
una reyerta callejera que de unas Cortes Generales) por la camarilla
de defensores de la banca, la especulación, los defraudadores y los
intereses privados en cada una de las pausas. El ambiente entre las
filas del ala más rancia y reaccionaria del Congreso parecía
festivo por momentos.
Quizás hubiese un
buen motivo para tanto festejo, no eran ellos los que sangraban en
las calles. Tampoco eran sus bolsillos los que iban a ser sangrados.
No era su sanidad la que estaba en peligro. No era su sistema
educativo al que estaban descuartizando. No eran sus sueldos ni sus
pensiones a las que estaban pegando el hachazo. No son sus familias
las que están pasando más dificultades en estos momentos.
Al ser fieles
lacayos del capital financiero, por muy alarmistas que se pongan a
veces, tienen una sensación de seguridad propia de quien se ve y se
sabe arropado por los grandes poderes de la oligarquía financiera,
por eso, aunque las calles ardan en llamas, aunque haya ciudades
enteras sitiadas cual estado de guerra, aunque tengan a la masa
social golpeándoles en la misma puerta, tienen la seguridad y la
soberbia de quienes saben que si las cosas se les complican demasiado
siempre dispondrán de un salvavidas en alguna entidad (nacional o
extranjera) de las que mueve millones y millones de euros.
Más impuestos,
más recortes, siguen perdiendo los mismos. La fórmula no cambia a
pesar de los continuos y demostrados fracasos. En lugar de perseguir
con dureza el fraude fiscal (más del 70% del fraude fiscal total
corresponde a las grandes empresas), gravar más a las rentas más
pudientes, eliminar las pagas vitalicias de los diputados, reducir
los estratosféricos salarios de los mismos, incompatibilizar el
servicio público con cualquier otra actividad privada de lucro,
reducir los gastos militares y policiales, o exigir a la Iglesia que
pague sus impuestos como todo el mundo, en lugar de todo ello se opta
por reducir los salarios a los funcionarios (aumentando además su
jornada laboral), aumentar la precariedad laboral (ellos lo llaman
"flexibilizar el mercado laboral"), reducir las
indemnizaciones por despido, acelerar el aumento de la edad de
jubilación a los 67 años, recortar el presupuesto de los servicios
públicos esenciales y de sectores como la minería del carbón (lo
que redundará en que miles de familias se encuentren sin nada con lo
que subsistir) mientras por otro lado los caciques pretenden hacer
negocio importando carbón desde Colombia o desde Polonia, subir
todos los impuestos de forma generalizada, socializar las pérdidas
de la banca privada (ellos lo llaman "regulación de los activos
tóxicos") mientras se amnistia a los grandes defraudadores (que
todo quede entre amiguetes), se "nacionalizan" bancos para
que sea el Estado (es decir, el ciudadano) el que se ocupe de
sanearlos para luego privatizarlos de nuevo, y se piden rescates
multimillonarios cuya devolución será cargada a los ya muy mermados
bolsillos de los contribuyentes. Todo esto sin que mejoren lo más
mínimo las percepciones salariales de los trabajadores. Así lo
quería la tropa de tiburones desalmados que componen la troika.
En la
reestructuración que está sufriendo el sistema capitalista tienen
que dejar claro quiénes son los que formarán parte de la clase
dirigente, los que disfrutarán de los lujos y de plena libertad, y
quiénes serán los oprimidos, los perdedores a los que les
tocará sostener por ley a la casta dominante en el nuevo orden que
surgirá cuando el proceso haya terminado.
Aunque esto a
muchos les parezca nuevo, no es nada nuevo, nos estamos enfrentando
otra vez al antiguo régimen. Esto ya lo previó Marx hace más de
160 años, es una lucha de clases. La lucha de los oprimidos contra
el patriarcado, contra la minoría explotadora.
Ante esta
situación son cada vez más los sectores laborales y sociales los
que se declaran en rebeldía, los que hartos de callar y tragar
muestran su creciente rechazo por las políticas de unos gobiernos
para los que la codicia voraz de la banca y las grandes empresas son
prioridad absoluta, a los que permiten lucrarse a costa de los
derechos y los bienes del pueblo.
Los interminables
recortes sociales, las continuas subidas de impuestos, el trato
privilegiado a la banca y las grandes empresas, las amnistías
fiscales a los grandes defraudadores, la estafa al pueblo para
beneficiar a las oligarquías financieras, el fraude democrático y
la tiranía encubierta han rebasado ya por bastante el límite de lo
tolerable. Y es por ello por lo que trabajadores de todos los gremios
se están levantando contra el gobierno, y cada vez en mayor
proporción. Pero cometen un error, y es que cada sector hace su
lucha particular por separado, cada uno hace su manifiesto por
separado. Ya hemos podido comprobar en varias ocasiones cómo en un
mismo día se convocan varias manifestaciones, pisándose a veces las
unas a las otras.
Para hacer ceder
al gobierno, los trabajadores de todos los sectores laborales se
deben unir en un frente común y cohesionado, pues solo así la masa
social tendrá la fuerza suficiente que consiga frenar y doblegar
este proceso de empobrecimiento y esclavizamiento encubierto de los
trabajadores. Porque a través de múltiples y divididos frentes lo
máximo que se consigue hacer es ruido, pero sin la fuerza suficiente
para que suponga una amenaza real al régimen establecido. Por esa
razón existe una brutal campaña de deslegitimación y división de
la lucha obrera, ya sea criminalizando manifestaciones, provocando
altercados de los que luego se culpa a los manifestantes, cargando
contra la lucha sindical, chantajeando a todo el que quiera sumarse a
las movilizaciones o incluso infiltrando a individuos en las
organizaciones ciudadanas con el fin de desviar los movimientos y
debilitarlos. Usan todo de tipo de artimañas para generar crispación
y división entre los propios trabajadores, como ya se ha dado el
caso en varias de las organizaciones que surgieron del movimiento
15-M, si bien esta tarea también ha sido facilitada por la excesiva
heterogeneidad y la ambigüedad ideológica en algunos casos.
Pero los
trabajadores debemos ser conscientes de ello, debemos ser conscientes
de que las instituciones no nos van a apoyar, y que sólo unidos
tendremos una oportunidad de vencer y parar la injusticia que está
sufriendo el pueblo trabajador con la excusa de una crisis que no es
más que el mejor de los negocios para las capas más altas de la
casta capitalista dominante en estos tiempos de cambio.
Ante esto, todos
los trabajadores, todas las organizaciones y todos los sindicatos de
izquierda con conciencia de clase (incluyendo a las bases críticas
de UGT y CCOO, pues ahí también hay gente que lucha honestamente
por unos principios y por la justicia social) deben confluir en las
ideas que comparten bajo la premisa irrefutable de que todos ellos
forman parte de la clase trabajadora, a la que el gobierno capitalista
y sus mandamases oprimen, y unirse en un frente común
anticapitalista que sea capaz de responder con firmeza a los zarpazos
del gobierno y de la insaciable troika.
Pero para
combatirlos y tener una posibilidad de éxito no basta solamente con
tener buenas intenciones, se necesita tener claro contra qué se lucha, que
no es sólo un gobierno sino el sistema capitalista bajo el que rige
su política. Por ello los trabajadores precisan de organizarse y
alinearse en torno a un manifiesto común que defienda un programa
valiente que tenga como fin democratizar la economía y la sociedad,
poniendo la economía al servicio de la sociedad y no al contrario
como sucede ahora, un cambio que sólo puede empezar a darse realmente tomando los
centros de trabajo, atacando las bases de la propiedad capitalista en
donde se oprime y se chantajea al trabajador.
Tenemos que asumir
que el raquítico Estado del Bienestar no va a volver, porque está
siendo desmantelado. La guerra ya ha sido declarada, por lo que no
nos queda otra que luchar, y es imprescindible que lo hagamos unidos,
por una democracia de trabajadores, si queremos lograr una verdadera justicia
social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario