martes, 19 de abril de 2011

¿Por qué recuperar la República?


Muchos de los ciudadanos españoles de hoy en día se hacen esta pregunta: "¿por qué recuperar la República, si ya tenemos democracia y vivimos en un Estado de derecho?"

Ciertamente, en la España de hoy oficialmente vivimos en un Estado de derecho, o eso es lo que se supone... pero si a día de hoy alguien realmente piensa que la democracia representativa que se practica en España desde 1978 es el paradigma de los derechos y las libertades del ciudadano que levante la mano y lo diga en alto.

Nuestro sistema político actual cada vez se parece más y más a aquellos supuestos procesos democráticos que vinieron con la restauración monárquica tras la caída de la Primera República, procesos que realmente no eran más que una farsa amañada entre dos grandes partidos al servicio de la corona, el Conservador de Cánovas del Castillo y el Liberal de Sagasta, que se turnaban sucesivamente en el poder político para dar la imagen de que en España había democracia, pero eso sí, muy lejos de ser transparente.

Si nos fijamos en la política española de hoy, más de cien años después, las cosas no han cambiado tanto como parecen, pues en la actualidad tenemos a dos grandes partidos, de origen muy distinto pero "reconvertidos" al nuevo sistema socialdemócrata, que al servicio de la actual monarquía y de las oligarquías del poder económico, se turnan en el poder casi del mismo modo en que lo hacían los partidos de Cánovas del Castillo y Sagasta hace más de un siglo.

Esta tendencia bipartidista en el ejercicio del poder político solamente fue interrumpida desde la restauración monárquica de 1874 en los períodos de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la Segunda República (1931-1939) y la dictadura de Franco (1939-1975).
Y fue durante la Segunda República cuando realmente se quisieron cambiar las cosas, evolucionar hacia una sociedad más moderna, más avanzada y más democrática. El pensamiento republicano representó una ilusión de progreso social basado en la democratización de la economía, la defensa de los espacios públicos, la fe en la educación no clasista como un derecho universal y el respeto a todas las conciencias individuales dentro de un Estado laico.

Esto, en la visión más tradicional de los sectores más reaccionarios era algo impensable e inmoral, era impensable concebir un Estado laico y el hecho de que las clases altas de la sociedad se pudiesen mirar frente a frente con las clases bajas en igualdad de condiciones. Los sectores tradicionalistas, anclados en el medievo, miraban con repulsa a este Estado que quería poner a la plebe a su misma altura, una de las razones por las que desde el principio hasta el final persiguieron a la República.

La monarquía en 1931 representaba la marginación real de los ciudadanos a la hora de tomar decisiones que afectasen a la organización de una sociedad sometida al poder de los caciques. Por eso la República de 1931 significó la reivindicación de la soberanía civil y la dignificación de la política.

Desde este punto de vista, la oportunidad de celebrar el 14 de Abril en el año 2011 tiene más que ver con el presente y el porvenir de un futuro mejor que con el pasado. Al pensamiento republicano no puede pasarle desapercibida la pérdida de soberanía civil que están imponiendo los nuevos caciques de una economía no democrática, dirigida por las grandes élites que detentan el poder a nivel global. La impunidad del capitalismo especulativo, que se olvida de la dimensión humana y social del trabajo en nombre de las cuentas de beneficios y que se permite el lujo de provocar despidos masivos en empresas de ganancias muy altas, también está significando la degradación radical y progresiva de la palabra democracia. Es el problema principal que afecta hoy a la nueva realidad europea.

Pero cada país tiene su historia y España no es menos. Si en la celebración anual del 14 de Abril todavía se respira una carga de melancolía es porque quedan en el pasado muchos malentendidos sin resolver, a los que la nueva clase política vuelve la cara y se niega a resolver realmente.
Hay quiénes no quieren hablar de República porque la asocian a la Guerra Civil y a una época de terror sin precedentes, emborrononada y manipulada después por la maquinaria propagandística del régimen franquista, que culpaba a la República de haber provocado la guerra.
Esa afirmación, disparatada para los que lo vivieron, pero repetida hasta la saciedad en los más de 36 años de dictadura, se ha convertido prácticamente en la razón principal de quienes hoy defienden la monarquía como símbolo de la unidad nacional. Pero si entendemos que nos hace falta una figura suprema que mantenga la unidad y la estabilidad nacional, ¿qué hemos aprendido en más de 35 años de democracia?
La democracia como tal concibe al pueblo como soberano, pero si entendemos que deben ser otros los que tomen las decisiones por nosotros los ciudadanos, y que necesitamos a un Jefe de Estado no-elegible para preservar la unidad y la estabilidad nacional es porque ni acabamos de entender la democracia ni nos hemos recuperado sociológicamente como nación de la imagen paternalista que nos dejó la dictadura en la figura del Jefe del Estado. En otras palabras, tenemos pánico a autogobernarnos. No hemos sido educados en una democracia plena y nos da la sensación de que la Jefatura del Estado le vendría grande a cualquier civil. En este contexto, ¿cómo podemos considerarnos una nación plenamente democrática? y sobre todo ¿cómo podemos dar a otros países lecciones de democracia?

Nuestra modélica Transición a la democracia tuvo dos pecados originales, impuestos por los poderes más reaccionarios, que han dejado una huella política y ética. Por una parte, una ley electoral calculada para fomentar un bipartidismo parlamentario, jurídico y mediático, que a la larga se ha convertido en una de las grandes causas de la corrupción y el descrédito actual de la política.
Por otra parte, también ha marcado el desarrollo de la democracia el hecho de que fuese el propio dictador quien nombrase a su heredero. Es innegable que ese carácter sucesorio ha condicionado la interpretación de nuestro pasado. Los malentendidos sobre la República, la manipulación que supone relacionar la Guerra Civil con ella en vez de con un Ejército golpista, el desamparo oficial que todavía sufren muchas víctimas del franquismo y el intento de crear equidistancias entre un Gobierno legítimo y un levantamiento militar, nacen del intento de suavizar una realidad coronada de brumas.

Por eso el 14 de Abril supone una fecha contra el olvido, contra el olvido forzado. Se trata de reivindicar la soberanía civil, una corriente participativa de energía democrática para combatir a los caciques de la España de hoy.

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