lunes, 27 de enero de 2014

Otro análisis de la disyuntiva catalana


En el artículo "Lo que no se quiere oír sobre Cataluña" de César Molinas, publicado por el diario El País, el autor hace un análisis sobre los "hechos diferenciales" entre Cataluña y España que ahonda en cuestiones históricas para explicar y justificar que tanto la una como la otra se necesitan entre sí, pero enmarcándolas, como no podía ser de otra manera dado el medio, en los estrictos márgenes impuestos por el sistema socio-económico vigente.

En el aspecto cultural, el autor tira del famoso historiador catalán Jaume Vicens Vives, quien argumentaba que el corredor montañoso conocido en los días del Imperio Carolingio como la Marca Hispánica, hacía también las veces de portal entre la península ibérica y Europa, hecho el cual marcaba el europeísmo distintivo de la mentalidad catalana y lo que él llamó "su permanente éxtasis transpirenaico". Dicho de otra forma, Cataluña en aquel entonces se asemejaba más, al menos en cuanto a mentalidad, a otros pueblos europeos que a la propia España, como pueda ser el caso de las regiones de Baden-Württemberg, Rhône-Alpes o la antigua Lombardía carolingia, regiones prósperas, con una mejor educación, una industria y una ética del trabajo que no compartían con el resto de regiones de sus respectivos Estados, unido al hecho de que tenían poco peso en las decisiones de los gobiernos nacionales. Estas regiones, como Cataluña, han tenido desde entonces el complejo de ser el "alumno adelantado" que tenía que tirar del resto de la clase, algo que nunca consideraron justo.

Continuando con las particularidades que distinguen a Cataluña del resto de España, el autor añade una surgida en los albores del feudalismo europeo: la mentalidad menestral. Según Vicens Vives «la menestralía es una mentalidad más que una situación, un concepto de la vida más que una forma de ganársela. Surge de la gente de gremio, pueblo menor, hombre y herramienta. Los menestrales acabaron ocupando un lugar entre las minorías dirigentes del país, desde el que difundieron el espíritu originario de clase: la dedicación al trabajo, la inclinación práctica de la vida y la limitación de horizontes».
Al parecer, la mentalidad menestral, que ha supuesto la plataforma base de la sociedad catalana desde hace más de cinco siglos, sigue siendo parte de la columna vertebral de una sociedad que, en su aspecto positivo, reconoce en el trabajo no un "castigo divino", sino un "signo de elección" (y es aquí donde entraría aquel manido tópico de que "a los españoles no les gusta trabajar"). En su aspecto negativo, la menestralía resalta una aparente falta de ambición en su proyección hacia el mundo exterior, y su preferencia por el enroque hacia el auto-aislamiento interno, en contraste con el expansionismo colonialista de los españoles y el resto de potencias europeas.

No obstante, según relata Vicens Vives, en la segunda mitad de los siglos XVIII y XIX existieron proyectos para "catalanizar" España y convertirla en una sociedad moderna basada en el trabajo, tal como éste era entendido en Cataluña, para conseguir la industrialización ausente en el resto de regiones y el resurgimiento económico, además de la adopción del modelo de las instituciones catalanas. Sin embargo, al parecer estos intentos fueron infructuosos, y provocó el retraimiento de los catalanes, su aversión a participar en el gobierno del Estado español y el fortalecimiento de la mentalidad menestral. Y de aquí es de donde parece surgir la idea definitiva de los sectores más genuinamente catalanistas de que su sino es tener un Estado propio e independiente.

En este punto el autor afirma y quizá no le falte parte de razón en este aspecto concreto, que tanto España como Cataluña necesitan de manera urgente un proyecto nacional, entendido éste como un proyecto de futuro con capacidad integradora, según la definición de Ortega.
El proyecto nacional catalán parece claro pero no está exento de ambigüedades y contradicciones. En un principio, para ciertos sectores interesados en la independencia de Cataluña pareciera que el origen de la crisis económica, política y social que sufren está en el resto de España en su conjunto, pues tienen el convencimiento de que en Cataluña son más productivos que en el resto del Estado español y que, por tanto, pagan más impuestos que nadie. Para ellos, la solución a este problema es la secesión, para dejar así de financiar a un Estado español que ha vaciado sus arcas. Estos sectores, que conforman el ala liberal-conservadora del movimiento independentista, enfocan la cuestión nacional catalana acorde con los intereses del corporativismo y las élites económicas de Cataluña. Es decir, que por parte de ellos es una iniciativa absolutamente interesada, y que en su esencia más profunda no comporta ningún interés más que el bolsillo de los grandes capitalistas, pues no olvidemos que a fin de cuentas, el dinero no tiene patria.

Por otro lado, la única postura que entienden aquí los españolistas es el sometimiento de Cataluña, a la que no consideran más que otra parte de España, y de la que no reconocen más estatus que el que dicta la Constitución de 1978 (a la que aluden repetidamente de manera hipócrita, si bien define a las distintas regiones como naciones), a pesar de la legitimidad democrática del derecho de autodeterminación y de la celebración de cualquier tipo de consulta popular. Pero los sectores más reaccionarios del españolismo se escudan en una Constitución de cuyo espíritu presuntamente democrático se jactan para negar precisamente la práctica de la democracia cuando ésta perjudica sus intereses. 
Tampoco podemos dejar de mencionar el curioso caso del prototipo del españolista casposo que tiene alergia a todo lo que huela a catalán, que desearía que los catalanes abandonaran el país, pero que sin embargo desea que Cataluña siga siendo territorio español. En este sentido, el deseo de posesión del territorio responde, al igual que en el caso de las élites catalanas, a intereses que nada tienen que ver con el factor humano.

El autor del artículo de El País, cita principalmente dos motivos, tanto para Cataluña como para España, por las que, según él, ambas se necesitan.
Dice que España necesita a Cataluña, en el sentido negativo, «porque la ruta previsible del presente conflicto territorial lleva a una bunkerización de posiciones en España y en Cataluña que será la excusa perfecta para que la clase política no aborde ninguna de las reformas imprescindibles para afrontar con éxito los retos del siglo XXI, en particular la mejora del capital humano necesaria para evitar la proletarización de la sociedad española en la economía global.»
Cuando el autor habla de "reformas imprescindibles" no se está refiriendo por supuesto a ningún cambio sustancial en el sistema socio-económico vigente, no vislumbra, ni por el menor de los asomos, un tipo de economía alternativa en el que las ganancias no sean exclusivamente para una pequeña élite, y esto se extrae perfectamente cuando advierte la "necesidad" de evitar la proletarización de la sociedad. No sea que por un desgraciado casual empiecen a extenderse innecesariamente ideas "peligrosas" y "utópicas" entre las masas de trabajadores y conviertan al país en otra Cuba.
Cuando habla de la "mejora del capital humano" se está refiriendo a las necesarias migajas que el sistema necesita facilitarle a las masas para que éstas no cuestionen el status quo, y que ya empiezan a tardar, pero que de seguro aparecerán.
Seguimos. En el sentido positivo España necesitaría a Cataluña «porque la gran asignatura pendiente de España es la adopción de una cultura del trabajo como opción de realización personal y no como castigo divino».
El autor insiste en que la actitud del español medio hacia el trabajo es un problema cultural, pero en ningún momento contempla la posibilidad de que, sobre todo ahora, reforma laboral tras reforma laboral, la mayor parte del trabajo sea precario, mal pagado, con largas e interminables jornadas, o bien medias jornadas al estilo de los mini-jobs alemanes, en lamentables condiciones, burlando los convenios colectivos, y con unos derechos laborales que han pasado de raquíticos a prácticamente inexistentes.

En cuanto a Cataluña, el autor dice que esta necesita a España, en el sentido negativo, al igual que apuntaba antes, porque «las reformas que hay que hacer en Cataluña son similares a las que hay que hacer en el conjunto de España, empezando por la de la clase política. La bunkerización conduce a no hacerlas y a culpar al adversario de todos los males propios. Además, una confrontación creciente deja al independentismo como único proyecto político posible y eso tendría efectos divisivos muy grandes para la sociedad catalana.
(...) En positivo, Cataluña necesita ambición. Necesita que sus grandes empresas se hagan mucho mayores y se globalicen. (...) España, cuyas grandes empresas son globales, tiene la ambición que a Cataluña le falta.»
Vayamos por partes. Empezando por "la reforma de la clase política" a la que hace mención el autor pero sin mojarse, sin decir qué tipo de reformas serían esas, y por otro lado, matizar que no es la mal llamada clase política lo que hay que reformar, sino el sistema político al completo, pues no escapa a ojos de nadie el hecho de que la actual política ha sido vaciada para convertirse en otro negocio más, y que está tan despegada de las masas que la mayor parte del electorado no se siente representado, síntoma del colapso de la democracia representativa liberal.
Respecto a los "efectos divisivos muy grandes para la sociedad catalana", la cuestión también podría formularse al revés. ¿No origina las mismas divisiones entre los catalanes tanto el hecho de independizarse como el de seguir perteneciendo a España? Los que ahora se sienten soberanistas no van a dejar de serlo porque en la consulta ganase el "NO" o porque el Estado español impugne la consulta (de hecho, este segundo caso incluso exacerbaría aún más el sentimiento independentista). Y los españolistas no van a sentirse más soberanistas aunque gane el "SÍ". Por tanto, los efectos divisorios en la sociedad catalana ya son un hecho, no una consecuencia de que en un hipotético caso se formalizase la secesión.

Y por último, cómo no, nos queda la cuestión económica. Como vemos, el autor únicamente concibe el futuro en el expansionismo capitalista para competir en el mercado global, ignorando, ya sea voluntariamente o no, los perversos efectos sobre el planeta del expansionismo capitalista sin límite (ver noticia: las siete mayores potencias capitalistas son responsables de más de la mitad del calentamiento global), o las condiciones a las que tendrá que ser sometida la mano de obra para ser "competitivos" en el mercado global.
La solución del autor para Cataluña es que se convierta en un Estado corporativo manejado por sus grandes empresas, al igual que en el resto de España, donde 70 familias dominan la práctica totalidad de la economía española, de las cuáles solamente 30 manejan más de 32.000 millones de euros. En este contexto se puede dilucidar con excelsa claridad que el autor no concibe a las personas como a sujetos que representan una nación, sino que subordina éstas a las grandes empresas (aunque se lleven la producción a países donde la mano de obra es más barata, aunque las grandes empresas sean las responsables de más del 70% del fraude fiscal en España), por lo que se puede concluir que para el autor del artículo de El País la democracia sólo juega un papel secundario, y que sólo la reconoce allí donde el oligopolio formado por las grandes empresas tengan libertad absoluta para imponer su propia ley.

Como conclusión, diremos que no se puede saber son certera exactitud si en el conjunto global, no sólo en el económico, la independencia de Cataluña sería positiva o negativa tanto para Cataluña como para el resto del Estado español. Todo lo que ahora se dice son meras especulaciones. Económicamente, podemos intuir que será perjudicial para la casta dominante del Estado español, motivo por el cual se oponen. No sabemos cómo les irá a los grandes capitalistas catalanes, pero sería un grave error de visión y planificación que estuvieran induciendo a la secesión sin un plan bajo la manga, aunque no creo que sea el caso.
De cualquier forma, ya sea más o menos perjudicial económicamente, para unos, para otros, o para ambos, no podemos negar la absoluta legitimidad democrática subyacente al derecho de autodeterminación de los pueblos, por lo que todo intento de teñir de ilegalidad un referéndum popular no reflejaría más que la negación de la propia democracia por parte de quienes dicen defenderla, por mucha Constitución que haya de por medio, sobre todo cuando hemos visto que buena parte del contenido de dicha Constitución se vulnera de forma sistemática, y que además se puede modificar sin el consentimiento de los ciudadanos.
Pero lo que tampoco debería olvidar el pueblo catalán, en particular su masa de trabajadores, es que si el poder en el nuevo Estado catalán lo van a detentar las élites minoritarias no hay ninguna diferencia entre ser independientes y no serlo, puesto que el trabajador seguirá siendo el que cargue con el peso del sistema, el primero en sufrir recortes cuando las cuentas no le cuadren al oligopolio catalán. Ésto ya lo han podido comprobar de manos de los neoliberales de CiU que hoy abanderan el movimiento independentista.

2 comentarios:

  1. Creo que es un error mirar este embrollo desde un punto de vista económico o ideológico.
    Tradicionalmente, la sociedad catalana se ha basado en la primogenitura y la desigualdad familiar. El hijo mayor, el "hereu", era superior en derechos a sus hermanos y se llevaba el grueso de la herencia. Los hermanos menores, o se buscaban la vida por su cuenta (emigrando a América, alistándose en el ejercito o haciendose curas) o de lo contrario quedaban en la casa del hereu como meros sirvientes. De esta manera, se imponia la desigualdad y el privilegio como algo natural en la sociedad ¡incluso entre hermanos!. En cambio, en Castilla, Galicia y otras regiones, la norma era un reparto mucho más igualitario de la herencia (en tanto que hubiera herencia que repartir)

    A partir de ahi, se les ha quedado a los catalanes la idea subliminal, inconsciente, de que ellos son el "hereu" de España, y las demas provincias han de ser los hermanos menores, sometidos.

    A esto le unes la soberbia de una élite política local que quiere lo de siempre: montarse su propia taifa, su cortijo, como los viejos señores feudales que intentaban disolver los antiguos reinos en beneficio propio. Esta es una pauta recurrente a traves del tiempo y del espacio: elites locales que intentan debilitar, fragmentar y destruir los estados grandes para crear reinos de taifa propios. Lo que sucede es que en una democracia de sufragio universal, hace falta disfrazarse de ideologia nacionalista para venderle la moto al votante. Y si no hay agravios, se inventan (por ejemplo, el supuesto expolio fiscal)

    Julio Cesar paso algun tiempo en Hispania. Un dia atravesaba una aldehuela celtiberica y se afirma que discutiendo de politica con uno de sus hombres, le dijo que preferiria ser el primero en aquella aldea antes que conformase con ser el segundo en Roma. Y esa es la clave: Los lideres secesionistas quieren ser jefes supremos. Lo que le suceda a Cataluña no es importante. Aunque cataluña se arruine, ellos ganaran algo mas importante que el dinero: el poder.

    Juanjo (Bilbao)

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    1. Hay varios matices que tener en cuenta. En una sociedad capitalista, el garante del poder es precisamente el poder económico, el dinero. Con el poder económico se compra el poder militar, el judicial y el político. Es por eso que a fin de cuentas se trata de un tema económico, con sus matices, pues pretenden convertirse en los supremos señores de su nación, que es una de la más desarrolladas en España. Dudo mucho que tuviesen ese ánimo secesionista si no tuviesen ese adelanto respecto al resto del Estado.

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